Asistió a la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas (1945-1949). A mediados de los años cincuenta se vincula con el colectivo de escritores e intelectuales Sardio, al tiempo que comienza a obtener importantes reconocimientos en los salones de arte nacionales. Sus obras premiadas de esa época, Cúpira y Bailarina nocturna (1955) y Tejedora de nubes y El adivino (1956), son los principales hitos de su etapa del “realismo mágicoâ€. Se trata de pinturas que representan figuras femeninas arquetipales en medio de un universo cargado de sÃmbolos, aunque la última de las mencionadas obras ya se desprende de esta temática y comienza a manifestar una abstracción en la que predomina el color fragmentado en formas tanto orgánicas como geométricas.
En 1960 se identifica con el movimiento informalista que surge con las exposiciones Espacios vivientes (Maracaibo) y Salón experimental (Caracas), en las cuales participa, y al año siguiente se une a las primeras actividades de la agrupación El Techo de la Ballena. Su primera muestra individual, Pinturas 1954-1961 (Museo de Bellas Artes, Caracas, 1961), es de tipo retrospectivo. La abstracción lÃrica que practica por esta época abunda en texturas, manchas y grafismos, y su metodologÃa, como confiesa el artista en el catálogo de esta muestra, corresponde a “un automatismo no incontroladoâ€. Un fructÃfero viaje a Europa en 1962 sirve de culminación a la etapa abstracto-lÃrica y aporta los elementos necesarios para el inicio de la exploración por nuevos y variados derroteros que lo ocupará hasta mediados de la década siguiente. Al regresar a Venezuela, obras como Más allá del espejo (1963) y Realismo fantástico (1965) logran nuevas premiaciones en los certámenes nacionales.
Hacia finales de los años sesenta, la búsqueda del artista pasa por un paulatino abandono de la abstracción. Tras presentar la retrospectiva Exposición homenaje (Sala de Exposiciones Plaza BolÃvar, Caracas, 1974) y recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas (1974), su estilo decanta en una pintura sintética, muy influenciada por el cubismo y lo simbólico, y sin desmedro de lo intuitivo. Corona este perÃodo un óleo asimismo premiado titulado El caballo y la puerta (1978). A partir de este momento evoluciona hacia el perÃodo de la “geometrÃa sensibleâ€, suerte de constructivismo lÃrico en el que predomina el vocabulario sÃgnico y el carácter introspectivo, y que se prolonga hasta mediados de los años ochenta, cuando un trazo más expresionista y caligráfico se hace presente en su obra.
Al iniciarse los años noventa, Quintana Castillo, que ya venÃa trabajando en sus Dibujos topológicos y sus Superficies activas, da inicio a la etapa de la “pintura topológicaâ€, en la cual el soporte, con todas sus caracterÃsticas (textura, superficie plana, etc.), se integra plena y espontáneamente con los signos, las caligrafÃas y los colores que sobre él se despliegan. Las “pinturas topológicas†han determinado el desarrollo ulterior de la obra de Quintana Castillo, desde su exhibición El rÃo de Heráclito (GalerÃa Muci, Caracas, 1995) hasta su producción actual. Destacan en esta época su exposición antológica Fuera de juego (Museo Alejandro Otero, Caracas, 1995) y la retrospectiva La piel del tiempo (GalerÃa de Arte Nacional, Caracas, 2002).
Manuel Quintana Castillo vive y trabaja en Caracas.