Regina Alcabés Avdalá pertenece a una familia de origen judÃo-búlgaro que, tras alternar su residencia entre el Perú y la originaria Bulgaria, en 1932 se asienta en el paÃs sudamericano. Recibe su formación artÃstica inicial en la Escuela Nacional de Bellas Artes (Lima, 1937-1943) de la mano de José Sabogal, Camilo Blas y Julia Codesido. A su regreso de la escuela contrae matrimonio con Arieh Aprijaskis. Predominan en su pintura los temas costumbristas e indigenistas, asà como el desnudo, hasta que, en la década de 1950, durante sus varias temporadas en Nueva York, tiene la oportunidad de conocer de primera mano el arte abstracto que se desarrollaba en esta ciudad, tanto el de carácter expresionista como el geométrico. En Nueva York asiste a la Art Student League (1965-1967) y, bajo la tutela de Theodoro Stamos, se sumerge en la práctica del abstraccionismo. Un conjunto de ejercicios que se han conservado de esta etapa de estudios revela una perseverante búsqueda de sÃntesis lineal tanto en las composiciones abstractas como en los desnudos que continua realizando.
En 1967 se radica definitivamente en Lima. En su serie Paracas, producida este mismo año, a pesar de la vocación abstracta (de inclinación informalista) se traslucen reminiscencias paisajÃsticas: no en vano se inspiran en vistas del paraje pisqueño (en la costa sur del Perú) del mismo nombre, las cuales Aprijaskis sintetiza valiéndose de trazos y franjas rectas, mas no del todo regulares, y pigmentos acrÃlicos de aspecto acuarelado. En las series Espacio y Green Port (1968), ya plenamente geométricas, las lÃneas del paisaje que se insinuaban en la serie anterior se han visto desplazadas por lÃneas y franjas que siguen a las de fuga o a horizontes abstractos, y que convierten a cada una de sus pinturas en exploraciones del espacio y de la profundidad. Aprijaskis presenta estos hallazgos en su primera muestra individual, organizada por el Instituto de Arte Contemporáneo (Lima, 1968), ocasión en la cual la crÃtica destaca su lirismo y empleo del color. Poco después deja de pintar para dedicarse a trabajar en la fábrica familiar.
En 1984, Luis E. Lama, por entonces director de la Sala Luis Miró Quesada Garland (Miraflores), la anima a volver a exponer. Una década tardarÃa en producir la muestra que significarÃa su regreso a los circuitos expositivos, celebrada en la mencionada sala en 1995. Entre las novedades presentadas en esta oportunidad se encuentra un grupo de acrÃlicos de gran formato con composiciones de campos planos de brillantes y variados colores, cuyas superposiciones y cromatismo sugieren construcciones volumétricas, casi arquitectónicas; otro conjunto de acrÃlicos de menor formato muestran figuras geométricas tridimensionales de colorido similar a los anteriores. Se evidenciaba, tras una comparación, que los primeros acrÃlicos corresponden a vistas planas, de acuerdo a ángulos cuidadosamente seleccionados, de las formas representadas en el segundo grupo.
A partir de esta exposición, Aprijaskis presentará con frecuencia su nueva producción, principalmente en la Sala Luis Miró Quesada Garland, a donde regresará en 1997, 1999 y 2001. En sus nuevas indagaciones pictóricas, la austeridad y la economÃa se extienden hasta la esfera de lo cromático, ya que en sus creaciones de 1996, la paleta se ha reducido al negro, blanco, rojo y gris (si bien en los años siguientes irán regresando algunos de los colores dejados de lado en este momento); las formas corresponden exclusivamente a franjas verticales o, en menor medida, horizontales, cuyos distintos grosores y alternancias fundamentan el ritmo de estas composiciones. Para su muestra de 1997, Aprijaskis aborda el terreno de la escultura con una pieza de gran formato que sigue la misma estética racional y rigurosa de su pintura. Ya por entonces, la crÃtica considera a la artista como la introductora del minimalismo en el arte peruano.